El otro día mientras hacia un poco de la interminable tarea, la cual parece contradecir las leyes de la naturaleza al crearse por generación espontánea, pensaba acerca de todo el tiempo que perdemos estresándonos y cumpliendo con labores que, en ocasiones, resultan absurdas, y que no dejan tiempo para lo que algunos sabios conocen como alimentar el alma.
En este sentido, pensaba como no podemos darnos ni 5 minutos para charlar con alguien, para saber como se siente, no diré que darnos tiempo para conocerla, porque quizá, eso nos llevaría una vida completa, y tendríamos que sumarle años enteros para terminar con la misión de adentrarnos a la visión que alguien pueda tener de la vida, y eso si corremos con suerte.
Es así, como pienso que el ser humano en esta vida social tan precipitada y rápida, en donde lo que importa es quien corra mas rápido y no quien lo haga con verdadera devoción, nos olvidamos de compartir sonrisas o simplemente no tomamos en consideración el tiempo de sentarnos y escuchar nuestros pensamientos, a veces más lucidos e interesantes que todo aquél espectáculo tecnológico que parece absorbernos.
Pienso que la propia vida de la urbe consume la nuestra, en una dinámica cada vez mas rápida e intensa, en la que sino te mueves, bien podrías morir arrollado. Yo me di esos 5 minutos hoy para escribir este post, para pensar que es lo especial de esta vida, a lo que añado lo mucho que disfruto estar con mis amigos, leer novelas, escuchar música, y en este sentido, cuanto extraño hacer cosas por convicción y no por mera obligación.
Espero que todos nos demos esos 5 minutos, por lo menos una vez en la vida, en tanto que consideremos nuestra salud mental al borde de la locura, o bien, en dejar libres los pensamientos al azar, uno nunca sabe que sorpresa se puede hallar en nuestras propias ideas.
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