Hace no mucho mientras me dirigía a Ciudad Universitaria en metro, una señora sentada detrás de mi iba platicando muy agusto con una conocida suya; mientras contaba alguna anécdota, de cada cinco palabras al menos una era grosería, y fue ahí cuando me comencé a pensar en el sentido de las palabras, y lo fuerte y hasta desagradables que pueden ser algunas, entre ellas las groserías.
La verdad si bien muchas veces había escuchado de algunos hombres opiniones acerca de lo molestas y desagradables que pueden resultar las mujeres que dicen groserías, nunca me había percatado de tal situación, y puedo afirmar lo mismo, debido a que me resultó bastante molesto escuchar tanta palabra anti sonante, cuando bien se pueden utilizar palabras más livianas, que además de mostrar la elocuencia del hablante, permite muchas veces, percatarse de la cultura de las personas.
Alguna vez también pensé en el gran mensaje de la palabra hablada, aquello que decimos muchas veces no podemos borrarlo o corregirlo como lo haríamos con el lenguaje escrito, por ello, hay que pensar bien lo que se va a decir, porque muchas veces podemos herir más con lo que decimos, que con lo que hacemos o podemos hacer para corregir las palabras que se nos fueron en el habla.
Supongo que en algún momento todos hemos dicho groserías, y supongo que también en contextos que probablemente no permitan que se escuchen de tan mal gusto, pero después de esto prometo cuidar más mi vocabulario, aunque no firmo ningún documento que lo avale ni me inculpe después, pero creo que al menos esto me hizo pensar en las palabras, y en la belleza de muchas de ellas.
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